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English to Spanish: Heart Like a Wheel / En el Corazón del Molino General field: Art/Literary Detailed field: Anthropology
Source text - English In remotest Afghanistan, a 2,000-year-old technology still churns out flour—and life.
The hut is tiny and windowless and constructed of round river stones, and it stands alone in a high wild valley in Afghanistan.
From 20 paces away you can hear it hum: Its walls emit a strange, wavering sound like an extended sigh—a soft, dry, droning song that rarely ceases. Occasionally a man and a boy duck out of the blackened doorway into sunlight. They are covered from head to toe in white dust. They look like pale beings from another world. They wipe their faces with a rag. They go back inside.
Is this some sort of ceremonial site? Is the rock hut a shrine to a forgotten cult? Are the man and boy ghosts?
The answer to all these questions is: yes.
Inside the small building a 600-pound granite wheel whirs on a walnut spindle. The spindle is mortised to wooden vanes. A gush of ice water inside a canal shoves the vanes in tireless circles. The water drains a faraway glacier on the Afghanistan-Pakistan border. In an act of magic, nature’s fluid power atomizes seeds of wheat into clouds of flour—a staple of life among the local farmers, whose principal meals are bread and tea. The man and boy work effortlessly together, dim figures inside a mist of gluten. They are father and son. That they love each other very much is clear: The father cleans the boy’s powdered face. The undersized boy watches his father carefully, eager to obey commands. They both belong, perhaps, to the last generations of waterwheel millers in the world.
Humans have been harnessing the power of water to crush grain at least since the first century B.C.
Around that time, the historian Strabo included a flour mill in the list of plunder acquired through the Roman conquest of southern Turkey. Earlier, another Classical scribe, possibly Antipatros of Thessaly, celebrated in a poem the liberating effect of water mills on Greek women who once sweated their lives away bent over grinding stones, or querns, to pulverize their crops:
Women who toil at the querns, cease now your grinding;
Sleep late though the crowing of cocks announces the dawn.
Your task is now for the (water) nymphs . . .
Water mills were the first robots of ancient times.
Their ubiquity across the agrarian world, from China to Arabia to Europe, attests to their effectiveness. The Domesday Book records some 6,000 gristmills in operation in England alone by 1066 A.D. This hydropower grid represented about one mill for every 40 households. Yet by 1900 fossil fuels consigned most of humankind’s water mills to memory.
Except in the Wakhan Corridor of Afghanistan.
Isolated by 20,000-foot mountains and years of civil war, and rich in tumbling glacial creeks, the people of this remote territory of Badakhshan Province depend on the flexed green muscle of running water to survive—to eat.
In the tiny village of Pigish, inhabited by peaceful Shia Ismaili farmers, five busy water mills hum through the autumn harvest season. Just as in medieval Europe, each mill is taxed by the government, and each mill is family owned. Milling is a time-honored profession, passed down through bloodlines for decades, centuries. The farmers push their sacks of wheat to the mills in wheelbarrows. These barrows are often made of rough planks. The people of the Wakhan also construct their own mud-brick houses, hew their own poplar roof beams, stitch their own burlap donkey saddles, braid their own yak hair ropes, carve their own wooden shovels, and build their own stone aqueducts. These handmade surfaces of life make the Wakhan Corridor a pleasure to walk through. Lay your palms on the skin-polished grip of a willow ax handle: The body remembers.
Sultan, 38, who like some Afghans uses only one name, works the small stone water mill with his nine-year-old son, Shambe.
I see them last on break. They sit in blanched rags, on a blanket outside the mill. They don’t speak. The mill speaks. They stare together up the sunlit valley, a delicate formality between them, almost shyly sipping from cups of tea they pour each other from a dented iron kettle.
Translation - Spanish Una tecnología de más de dos milenios de antigüedad hace posible la producción de harina, y por ende, la vida en el corazón de Afganistán.
En lo alto de un agreste valle en Afganistán se yergue solitaria una diminuta cabaña sin ventanas, construída a base de cantos rodados de río.
Su murmullo se escucha desde varios metros de distancia, sus paredes emiten un extraño sonido vacilante, casi como un suspiro, como una canción suave, monótona, incesante. Del umbral ennegrecido emergen cada cierto tiempo un hombre y un niño cubiertos de la cabeza a los pies de un polvo blanco. La luz del sol les da una apariencia etérea, como de otro mundo. Se limpian la cara con un paño y regresan al interior de la cabaña.
¿Estoy frente a un emplazamiento ceremonial? ¿Es esta cabaña una suerte de santuario de culto a un rito ya olvidado? ¿Son el hombre y el niño fantasmas?
La respuesta a todas estas preguntas es sí.
En el interior de esta pequeña construcción me encuentro con una rueda de granito de 300 kilos que da vueltas alrededor de un eje de madera de nogal engarzado a una serie de paletas de madera. Un torrente de agua helada proveniente de un remoto glaciar en la frontera entre Afganistán y Pakistán impulsa estas paletas, que se mueven incansablemente en círculos. Como si de magia se tratase, el poder de la Naturaleza convierte los granos de trigo en nubes de harina, un elemento básico de la alimentación de los granjeros de la zona, cuya dieta se basa principalmente en pan y té. El hombre y el niño, padre e hijo, figuras desdibujadas por una nube de gluten, trabajan en sintonía. Es evidente lo mucho que se quieren: el padre limpia el polvo de la cara de su hijo, mientras que el pequeño contempla a su padre a la espera de instrucciones, que obedece de buen grado. Ambos pertenecen a la que posiblemente sea la última generación de molineros del mundo.
El ser humano ha utilizado el poder del agua para moler grano al menos desde el siglo I antes de Cristo.
Por aquel entonces, el historiador Estrabón ya incluyó un molino de grano en el inventario del botín acaparado por los Romanos tras la conquista del sur de Turquía. Anteriormente, otro erudito de la Antigüedad Clásica, posiblemente Antípatro de Tesalónica, loaba en un poema el efecto liberador que los molinos de agua tuvieron sobre la vida de las mujeres griegas, quienes antes de su invención se veían obligadas a recurrir a piedras de amolar o molinillos de mano para moler su grano:
"Mujeres que sudáis por el esfuerzo de la molienda, cesad. Permaneced en vuestro lecho aunque el gallo anuncie el alba. Vuestra tarea es ahora responsabilidad de las ninfas acuáticas..."
Se podría decir pues que los molinos de agua fueron los primeros robots de la Antigüedad.
Su presencia tan extendida en el mundo agrícola, de China a Europa pasando por Arabia, atestigua su eficacia. Si tomamos como ejemplo el Reino Unido, el Domesday Book, el primer censo de propiedades realizado por orden de Guillermo el Conquistador, recoge la existencia de 6.000 molinos harineros en funcionamiento sólo en Inglaterra en el año 1066. Esta red de energía hidráulica suponía la presencia de un molino por cada 40 familias. Sin embargo, la llegada de las energías fósiles en el siglo XX condenó a la mayor parte de estas construcciones al olvido.
Excepto en el Corredor de Wakhan, en Afganistán.
Rodeados por montañas de más de 6.000 metros de altura y acuciados durante años por los envites de una guerra civil, los habitantes de este territorio remoto de la provincia de Badajshán, nutrido por numerosos arroyos glaciales, dependen del poder natural del agua para poder sobrevivir y alimentarse.
La diminuta aldea de Pigish, habitada por afables granjeros chiíes ismailíes, cuenta con cinco molinos de agua que operan incansablemente durante la temporada otoñal de la cosecha. Al igual que en la Europa medieval, cada molino, que es una propiedad familiar, está sujeto a un gravamen por parte del Gobierno. La profesión de molinero es una profesión de larga tradición, heredada de padres a hijos durante siglos. Los granjeros de la aldea transportan sus sacos de trigo en carretillas rudimientarias hechas con tablones hasta el molino más cercano. Los habitantes del Corredor de Wakhan también construyen sus propias viviendas de adobe, tallan sus propias vigas de madera de álamo, cosen sus propias alforjas de arpillera para sus burros, trenzan sus propias cuerdas de pelo de yak, tallan sus propias herramientas de madera y construyen sus propios acuerductos de piedra. Son estas manifestaciones de artesanía humana las que hacen de una travesía por el Corredor de Wakhan una experiencia tan placentera. Apoya las palmas de tus manos en el bruñido mango de un hacha, hecho con madera de sauce. Estoy seguro de tu cuerpo recordará ese momento.
Algunos afganos utilizan sólo su nombre, sin apellidos, como en el caso de Sultan, el padre de 38 años que trabaja en el pequeño molino de agua junto a su hijo Shambe, de nueve años.
La última vez que les veo se están tomando un descanso, sentados en unas telas descoloridas sobre una manta en el exterior del molino. Ellos no hablan, el molino sí. Sultan y Shambe contemplan el valle bañado por la luz del sol, en una actitud casi de respeto por su parte, mientras beben tímidamente a pequeños sorbos tazas de té que se sirven mutuamente de una tetera de hierro abollado.
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Translation education
Master's degree - Professional Translation for European Languages -Newcastle University
Experience
Years of experience: 15. Registered at ProZ.com: Aug 2018.
English to Spanish (Universitat de València (Facultat de Filologia), verified) English to Catalan (Universitat de València (Facultat de Filologia), verified) English to Spanish (University of Newcastle, verified) English to Spanish (Subtitling in the Film and TV industries (English > Spanish)) English to Spanish (MCIL / Chartered Linguist)
I began working as a Spanish freelance translator and interpreter in 2008. My background in languages includes a BA (Hons) in English Studies and studies of a BA (Hons) in Translation and Interpreting at the University of Valencia, as well as a Postgraduate Certificate in Sworn Translation (EN>ES).
I have extensive experience of the translation industry, which I gained through freelancing and through working as a Translation Project Manager both in Spain and in the UK, where I am currently based.
I have also completed a Master's Degree in Professional Translation for European Languages at Newcastle University, and specialise in areas such as marketing, social sciences, literature and legal translation.
If you would like to see a sample of the work that I produce as a volunteer translator for the Out of Eden Walk project, a slow journalism multi-year walk sponsored by the National Geographic Society, please visit the link below: