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Spanish to Italian: rosaura a las diez General field: Art/Literary Detailed field: Poetry & Literature
Source text - Spanish
—Acaba de fallecer —murmuró.
—¡Ay, perdóneme usted! —entonces caí en la cuenta de que llevaba corbata negra y un brazal
de luto en la manga del sobretodo. Claro, eran estos crespones los que habían hecho que lo tomase
por procurador—. Lo acompaño en el sentimiento —y le di la mano.
—Muchas gracias.
—¿Y cuánto hace que murió su padre?
—Un mes.
—Dios mío, está todavía caliente el cadáver, como dicen. ¿Y de qué murió?
—De apoplejía.
—¡Ah! ¿Tomaba mucho?
—¡Oh, no!
—Dígamelo a mí. Mi marido murió de lo mismo, y había que ver cómo le gustaba empinar el
codo.
—Pero, este, pero mi padre…
—Está bien, a usted le costará confesarlo ahora, por el luto reciente. Y dígame, ¿fue una cosa
repentina?
—Sí, señora.
—Como a mi marido. Seguro que ocurrió después de una mona.
—¡Oh, no, le juro!
—Bah, aunque usted no lo diga. Habrá empezado a gritar, a hacer escándalo, y de golpe, ¡paf!,
se pone amoratado, los ojos le dan vueltas, tambalea, cae al suelo…
Como vi que se llevaba el pañuelo a los ojos, me pareció prudente cambiar de conversación.
—Bien, bien —dije, para distraerlo—. Si usted está dispuesto a alquilar la pieza, le diré las
condiciones.
—Sí, señora.
—Ochenta pesos al mes. Pago adelantado. La pensión comprende desayuno, almuerzo y cena.
El almuerzo se sirve a las doce y media y la cena a las nueve. En punto. El que no está a esa hora,
pues no come. El uso del baño es común. Está prohibido tener luz encendida en los cuartos después
de las once de la noche. También está prohibido tener radio, fonógrafo y animales. Yo tengo un
gato, pero ése no es un animal, como usted tendrá ocasión de comprobarlo. El lavado y planchado
de la ropa puede dármelos a mí, si quiere, por un pequeño precio extra. Lo mismo las bebidas. Pero
esto de las bebidas lo digo por pura fórmula, ya que a mis huéspedes no les permito beber sino
agua, que como dicen, ni enferma ni adeuda. Aquí no entra una gota de alcohol, así me la paguen a
precio de oro. Bastante he sufrido con mi difunto esposo a causa de eso. Acuérdese usted de su
padre. Bien, creo no haberme olvidado de nada.
Ni chistó. Al contrario, a cada una de mis palabras hacía una reverencia, como si yo estuviera
dándole órdenes.
—Además —proseguí— es bueno que sepa que si tiene la dicha de venir a vivir a mi honrada
casa, vivirá en un hogar decente, no en una fonda. Aquí, señor mío, reina la más estricta moralidad.
De modo que ciertas visitas, y ciertas jaranas, y ciertas libertades de lenguaje o de costumbres, aquí
no están permitidas. Es que, hágase cargo: tengo tres hijas pequeñas, la mayor de las cuales no pasa
de los doce. Yo y ellas y mis huéspedes formamos todos una gran familia, comemos en la misma
mesa, yo soy para todos como una madre, todos son para mí como unos hijos, y no es cuestión de
que venga un don Juan de afuera a echarse sus ternos1 de compadrito o de arrabalero o a hacer lo
que no haría en su casa, si la tuviese.
El hombrecito no tenía trazas de don Juan, pero nunca se sabe. Él comprendió perfectamente a
dónde yo iba. Y tanto lo comprendió, que se puso rojo como un tomate. Le diré que es hombre de
enrojecer a cada tres por cuatro, como pronto lo comprobé, pero se ruboriza con tanta frecuencia
que esos tornasoles son ya el color de su cara.
—Finalmente —dije, y aquí hice una pausa—… finalmente, señor. No es que yo desconfíe de
usted. Líbreme Dios de ello. Al contrario, al contrario. Usted parece persona de bien, seria y
respetable. Dicen que la cara es el espejo del alma, y usted tiene cara de bueno. Pero ni la cara de
usted, desgraciadamente, me salva de ser viuda, ni de tener tres hijas a mi exclusivo cargo, ni de
vivir en los calamitosos tiempos en que vivimos, con las Europas en guerra2. Sin un hombre que
mire por mí, he tenido que salir a la arena, como dicen, a pelear por mi sustento y por el de mis
tiernas hijas, y en tales lides, donde la natural debilidad de la mujer no encuentra sino desventajas,
mucho es lo que llevo padecido, porque yo soy la del refrán, que duelos me hicieron negra, que yo
blanca me era3, así que excusado será que tenga la piel sensible quien de cicatrices anda vestido.
—¡Es cierto, es cierto! —aprobó calurosamente el hombrecito, al parecer muy impresionado por
mis palabras, de las que estoy segura no entendió ni jota.
—Bien, señor —continué, lánguidamente, sin dejar de darle, en este capítulo de nuestra
conversación, el trato de “señor”—. A fin de evitar disgustos y pleitos y dolores de cabeza, que yo
soy la primera en aborrecer, y para mayor tranquilidad tanto de una parte como de la otra, mis
huéspedes suelen ofrecerme, antes de instalarse en mi honrada casa, alguna garantía, alguna prueba
de solvencia o, en su defecto…
No me dejó terminar. Con agradecimiento y veneración, y con una prontitud que me hizo
sospechar que esperaba la cosa, metió la mano en un inmenso bolsillo del sobretodo y extrajo una
libreta. Después de abrirla en una de las últimas páginas me la entregó con una reverencia. Era una
libreta del Banco Francés. La página mostraba, en grandes números azules, lo que debía de ser el
saldo de la cuenta de ahorro del hombrecito. Con sorpresa y .no le miento. con alivio, leí allí:
$58.700.- m/n. La suma era tan respetable, que en seguida quedé reconciliada con las pintorreas
artísticas del nuevo huésped.
No esperé más. Le devolví la libreta, me hice a un lado, le mostré el interior de mi honrada casa,
le dije:
—La pieza es suya, señor. ¿Gusta seguirme?
Y me dispuse a presenciar cómo se las arreglaba con la valija.
El hombrecito se inclinó sobre el monstruo, lo tomó con ambas manos, hizo un terrible esfuerzo
que le empurpuró toda la cara hasta convertírsela en una sola mancha roja sin facciones, consiguió
levantarlo, se lo echó delante, y sosteniéndolo tanto con los brazos como con el resto del cuerpo,
curvada la espalda, comenzó a andar detrás de mí.
Entramos. Mientras atravesábamos la primera galería, algunos huéspedes empezaron a asomarse
a la puerta de sus respectivas habitaciones y a observar con descaro al hombrecito, y hasta a hacer
sus comentarios, ellos creerían que en voz baja, pero el otro los oiría, como los oía yo. El pobre
sudaba como un caballo. A cada paso que daba las rodillas le golpeaban en la valija, y la valija se
encabritaba como un buque en alta mar. Para colmo, los zapatones le chillaban escandalosamente.
Parecía que iba aplastando caracoles.
Uno, un sinvergüenza que no trabajaba desde hacía años, porque decía que esperaba un
nombramiento en no sé qué ministerio, pero que no lo nombraban porque decía que el ministro le
tenía rabia, y que entre tanto me debía ocho meses de pensión, cuando el hombrecito pasó a su lado
lo miró de arriba abajo, y sin quitarse siquiera el cigarrillo de la boca lo llamó:
.¡Señor! ¡Señor!
Y como el hombrecito se detuviese y lo mirase, agregó, lo más fresco:
—Disculpe que no le ayude a llevar la valijita, pero ¿sabe?, tengo la hernia.
Y todavía el pobre Cristo que le contesta:
—Muchas gracias, no faltaba más.
Imagínese la carcajada de todos.
Por fin salimos del vía crucis de la galería y llegamos al comedor. Allí estaban mis tres hijas,
que interrumpieron sus juegos para ponerse a contemplar al nuevo huésped. Me acuerdo que las tres
lo miraban en silencio, muy seriecitas, y en eso la más chiquitina apuntando con un dedo a los pies
del hombrecito, sentenció:
—No pagó los zapatos.
Yo me volví y le dije, tanto como para disimular
—Cosas de criaturas.
Pero él tenía otra vez la cara de San Lorenzo mártir, y no me respondió.
Salimos del comedor y seguimos por la segunda galería hasta llegar al cuarto que yo le tenía ya
destinado, un cuarto un poquito oscuro y algo húmedo pero tan tranquilo, que me pareció de perlas
para un artista. Hay allí un par de camitas de bronce, un ropero y una mesita de luz, todo reluciente,
todo hecho un espejo. Y en las paredes, retratos de Carlos Gardel y de Rodolfo Valentino.
Abrí la puerta y lo invité a que entrase. Entró haciendo reverencias con el cuerpo y con la valija.
—Mire a ver si le gusta —le dije.
—Está muy bien, está muy bien —murmuró.
Pero no miraba nada. Había colocado el baúl en el suelo y se enjugaba el sudor de la frente con
un gran pañuelo orlado de negro. Parecía muerto de cansancio. No vería el momento de quitarse
aquellos horribles zapatones.
—Pues entonces —le dije— no hay más que hablar. El cuarto es suyo. Aunque tiene dos camas;
no le pondré compañero mientras usted no desee lo contrario y pague lo que corresponda. Aquí lo
dejo.
Pero no lo dejé. Me quedé mirándolo. Él, a su vez, en los últimos estertores de su agonía, me
observaba de reojo.
—Ya sabe usted el reglamento —continué—. El almuerzo a las doce y media, la cena a las
nueve.
.Sí, sí, gracias.
—Y el pago adelantado.
Con la palma de la mano se dio un golpe en la frente, que no sé cómo no se la partió en dos;
susurró un rosario de disculpas, y ahuecando el pecho y con un ademán como si fuera a rascarse el
sobaco, pescó de un bolsillo interior del traje la cartera, una cartera que reventaba de papeles de
toda índole, y me abonó los ochenta pesos.
—Una última formalidad —dije, y el hombrecito cerró los ojos—. ¿Su nombre, si me hace el
obsequio?
Otra vez anduvo a la pesca de la cartera, separó una tarjeta y me la entregó. Leí:
CAMILO CANEGATO
PINTOR - RESTAURADOR DE CUADROS
PERITO EN ARTE
ESPECIALISTA EN RETRATOS AL ÓLEO
Los títulos me gustaron mucho, pero el nombre me hizo la mar de gracia. ¡Mire usted que
llamarse Canegato un hombrecito de aspecto tan pacífico! Delante de él me contuve, pero al
saludarlo y retirarme para dejarlo solo, ya la cara me temblaba de risa. Cuando llegué al comedor no
pude aguantar las carcajadas. Mis hijas también se pusieron a reir, aunque no sabían de qué.
Después me arrepentí, porque sé que desde su cuarto se oye todo cuanto ocurre en el comedor.
Translation - Italian ROSAURA ALLE DIECI
I
DEPOSIZIONE DELLA SIGNORA MILAGROS RAMONEDA, VEDOVA DE PERALES, PROPRIETARIA DEL PENSIONATO “LA MADRILEÑA” DI CALLE RIOJA, NELL’ANTICO BARRIO DEL ONCE
Tutto questo, signore mio, cominciò un sei mesi fa, quella mattina in cui il postino consegnò una busta rosa dall’orribile profumo di violetta.
O forse no, forse è meglio dire che iniziò dodici anni fa, quando nella mia rispettabile dimora venne a vivere un ospite nuovo, che si dichiarò pittore, e solo al mondo.
Quelli erano altri tempi, sa, tempi difficili, soprattutto per me, vedova e con tre figlie piccole. I pensionanti scarseggiavano, e i pochi che c’erano, mi scusi il termine, non tenevano mai fermo il culo, voglio dire oggi in una pensione e domani in un’altra, e in tutte ti piantavano un chiodo, oppure, appena ti distraevi, trasformavano la tua rispettabile dimora in una bisca, o peggio. Così il proprietario di un pensionato decoroso, se voleva conservare il decoro e la pensione, doveva praticare un’arte per niente facile, ormai sconosciuta e credo persa per sempre: l’arte di attirare, selezionare e mantenere una clientela più o meno dignitosa, per mezzo di una certa formula segreta, a base di familiarità e rigore.
Bisognava stare in guardia con gli studenti di provincia, che amano fare cagnara, simpatici, allegri, sì, ma sono persone che dopo avere fatto il comodo loro, una notte improvvisamente se ne scappano dalla finestra e ti lasciano, come si suol dire, spennata come una gallina. E anche con quelle signorine che, su, lei mi capisce, quelle che vanno a dormire all’alba e si tirano su all’ora di pranzo, e chissà di cosa vivono, ché lavorare non le vedi mai. E anche con certi signori soli e così distinti, come amano presentarsi, dei quali preferisco non parlare. E tengo la bocca chiusa anche su altri pericoli che si incontrano spesso, ma meno mascherati, tipo gli artisti di teatro, e Dio sa quanti ne giravano, pericoli certo, ma che alla fine risultavano meno temibili di quelli di cui le ho parlato, perché avevano una luce rossa lampeggiante proprio in fronte, e così li potevi vedere da lontano, e evitare in tempo.
Ma l’uomo che quella mattina venne a suonare alla porta della mia rispettabile dimora mi sembrò, a prima vista, completamente inoffensivo. Era lo stesso ometto piccolino e rubicondo che lei conosce, perché, le dirò, me ne rendo conto solo ora ma gli anni per lui non sono passati. La stessa faccia, lo stesso baffetto biondo, le stesse rughe intorno agli occhi. Già allora era così, tale e quale a come lei lo vede adesso. E dire che allora era poco più di un ragazzo, avrà avuto nemmeno ventott’anni.
Lì per lì mi fece una buona impressione. Lo presi per avvocato, o notaio, o una cosa del genere, insomma un azzeccagarbugli. All’inizio non riuscivo a capire da dove mi era venuta questa idea. Chissà se da quell’enorme soprabito nero che non posso mentirle gli stava come una cassa da morto. O dall’antiquata galera che si tolse con rispetto quando uscii a riceverlo, scoprendo un cranio a forma di uovo di pasqua, roseo e lustro, ornato da una peluria biondastra. Un’altra idea mia: mi fissai che quell’ometto stava sopra a qualcosa. Poi capii perché. Portava delle scarpe tremende, le scarpe più strambe che avessi visto in vita mia, color mattone con inserti di camoscio nero e una suola di gomma così alta che sembrava avesse camminato sul cemento fresco e che il cemento gli fosse rimasto attaccato agli scarponi. In quel modo voleva aumentarsi la statura, ma il risultato era quell’aspetto ridicolo che ha un uomo con i tacchi alti, come si dice che andassero un tempo duchi e marchesi, quando tra tanti nastri e tante parrucche e tante calze di seta e ricami e piume sembravano tutti donne, e io dico sempre che per sapere se uno era un uomo avranno fatto come facevano a carnevale nel mio paese coi ragazzini che si travestivano.
E poi si vedeva che l’ometto era come un vescovo in partibus, intendo dire senza un tetto sulla testa. In effetti si portava dietro una valigia di grandezza esagerata, tutta piena di cinghie, di borchie, di maniglie, e così enorme, ma così enorme che in un primo momento sospettai che gliela avesse portata qualcuno, lasciandolo poi lì come un nano vicino a una cattedrale. Uno che va in giro con un simile catafalco si adatta a tutto, così dedussi che il mio candidato non sarebbe stato una persona difficile.
Con voce acuta, stridula, da galletto, mi domandò:
- È qui, ecco, è qui che affitterebbero una stanza con pensione completa?
E me lo stava chiedendo proprio sotto un grande cartello rosso che diceva: Affittansi stanze a pensione completa.
- Sì, signore – gli risposi.
- Ah! – disse, e se ne stette zitto, rigirandosi il cappelletto in mano e guardandosi intorno come se cercasse qualcuno che potesse continuare la conversazione al suo posto.
Ma siccome non c’eravamo che lui e io, dopo un attimo optai per essere io quella che avrebbe continuato a parlare:
- Vuole affittare una stanza?
- Ecco, sì, signora.
- Tutta per lei?
- Ecco, sì, signora.
- Intendo dire, senza un compagno? – lo dicevo per pura cortesia, perché all’epoca avevo varie stanze vuote.
- Ecco, sì, signora.
- Ah! – dissi, e a questo punto mi sembrò opportuno rimanere zitta a mia volta e guardarlo fisso.
Con espressione di intensa sofferenza si mise a guardare da un angolo all’altro della via. Però a me non la faceva. Girare gli occhi a destra e sinistra era solo un pretesto per potermi guardare rapidamente in faccia e spiare le mie mosse. Ma io non facevo niente, se non guardarlo. Saremo stati così un bel po’, in piedi tutti e due, lui sul marciapiede io sulla soglia, senza parlare e studiandoci a vicenda. “Vediamo chi vince”, pensavo. Ma l’ometto manteneva il silenzio e vigilava gli angoli della strada, come se desiderasse andarsene e io non lo lasciassi. La galera gli girava tra le mani. E anche se la mattina era fredda, il sudore cominciò a colargli sulla fronte. Quando la sua faccia diventò quella di un San Lorenzo che inizia a sentire il fuoco della graticola dove lo arrostiscono, ebbi pietà.
- Il suo mestiere? – gli domandai.
Fece un lunghissimo sospiro, come se durante tutto quel tempo avesse trattenuto il fiato.
- Pittore – rispose.
Vede, non avrei mai sospettato che un ometto con quel soprabito nero potesse essere un pittore.
- Ma, – dissi – pittore di quadri o di pareti?
- Ecco, ehm, di quadri – e gli scappò una risatina nervosa, come se avesse confessato una birbonata.
La risposta non mi piacque per niente. Un pittore di pareti è un pittore davvero, quello è un mestiere rispettabile.
Ma un pittore di quadri oltre a pittore si presume che sia un artista, e ancor più grave, si presume che debba vivere della sua arte. E lei sa quanto danno abbiano causato alle pensioni l’arte e gli artisti.
Dovette leggermelo in faccia che conoscere la sua professione non mi fece piacere, perché non sono capace a dissimulare i miei sentimenti, infatti come per incanto la risatina gli morì in bocca, e diventò rosso come un gambero.
- Lei è solo? – continuai, per vedere se da questa parte ne usciva qualcosa di buono.
- Sì, signora.
- Scapolo.
- Sì, signora – e arrossì di nuovo.
- Non ha parenti?
- No signora, no.
- Come, neanche un parente?
- Eh, no, signora.
- Andiamo, una vecchia zia, un cugino lontano, su.
- No, no, nessuno. Sono… – si guardò le unghie - …sono solo al mondo.
E di nuovo quell’espressione sofferente. Andiamo, saperlo solo al mondo mitigava il cattivo effetto della sua sventurata professione. E dovette capirlo, perché si mise a negare di avere famiglia, amici, persino semplici conoscenti, con tanta veemenza come se negasse di avermi rubato il portafogli o ucciso le figlie. Povero, certo desiderava conquistare la mia simpatia, e la padrona di un pensionato a quei tempi aveva così poche occasioni di sentirsi oggetto di conquista, che il suo atteggiamento mi commosse.
- E mi dica – gli domandai, per fargli sciogliere un po’ la lingua - perché ha lasciato l’altro pensionato?
Spalancò gli occhi.
- Quale altro?
- Su, il pensionato dove ha vissuto finora.
- Oh no – e scosse la testa e sbatté le palpebre così rapidamente, come una zitellona alla quale avessero chiesto se esce di notte.
– Non ho mai vissuto in pensionati.
Allora era un novellino! Tanto meglio. Non mi crederà, ma io preferisco questi novellini agli altri, a quelli che hanno passato la vita da una pensione all’altra e conoscono tutti i sotterfugi e le trappole e le astuzie del mestiere dell’ospite, e ti mettono in scacco così facilmente che è difficile riuscire a tener loro testa.
In cambio gli innocenti, i verginali, anche se all’inizio molestano un po’ perché sono convinti di continuare a vivere a casa loro, sono facili da maneggiare, e così educati, e così senza malizia, che, come le ho detto, alla fine sono i migliori.
- E dove ha vissuto finora, se posso saperlo? – continuai.
- Ecco, a casa mia.
- Viveva solo?
- No, no, con mio padre.
- Ma per l’amor di Dio! Non mi ha appena detto che era solo al mondo? E ora invece ha un padre.
- È morto da poco – mormorò.
- Ah, mi perdoni.
Solo allora mi resi conto che portava una cravatta nera e un nastro a lutto sulla manica del soprabito. Ma certo, erano state quelle gramaglie a farmelo sembrare un avvocato.
– Condoglianze – e gli diedi la mano.
- Grazie.
- E da quanto è morto suo padre?
- Un mese.
- Dio mio, il cadavere è ancora caldo, come si suol dire. E di cosa è morto?
- Colpo apoplettico.
- Ah, beveva molto?
- Oh, no!
- A me lo può dire. Anche mio marito è morto così, e avesse visto come gli piaceva alzare il gomito.
- Però, ecco, però mio padre…
- Certo, ora le farà fatica confessarlo, per il lutto recente. E mi dica, fu una cosa rapida?
- Sì, signora.
- Come per mio marito. Sicuro che è successo dopo una sbronza.
- Ma no, glielo giuro.
- Bah, anche se non me lo dice… avrà iniziato a gridare, a dare scandalo e di colpo, paf! Diventa livido, gli si girano gli occhi, vacilla, cade a terra…
Siccome a questo punto si stava portando il fazzoletto agli occhi mi sembrò prudente cambiare argomento.
- Bene, bene – dissi per distrarlo – se ha intenzione di affittare la stanza le dico le condizioni.
- Sì, signora.
- Ottanta pesos al mese. Pagamento anticipato. La pensione comprende colazione, pranzo e cena. Il pranzo viene servito a mezzogiorno e mezza e la cena alle nove. In punto. Chi non c’è non mangia. Il bagno è in comune. È proibito tenere la luce accesa nelle stanze dopo le undici di sera. Sono proibiti anche radio, grammofono e animali. Io ho un gatto, ma non è un animale, avrà occasione di capire perché. Se vuole può dare a me la biancheria da lavare e stirare, per un piccolo extra. Lo stesso per le bevande. Anche se questo delle bevande lo dico per pura formalità, perché ai miei ospiti non permetto di bere se non acqua, che, come si suol dire, non fa ammalare né indebitare. Qui non entra una goccia di alcol, nemmeno se me lo pagano oro. Ho già sofferto abbastanza con il mio defunto marito per questo. Si ricordi di suo padre. Bene, credo di non essermi dimenticata niente.
Non fiatò. Al contrario, a ogni mia parola faceva la riverenza, come se gli stessi dando degli ordini.
- Inoltre – continuai – è bene che sappia che se avrà la fortuna di venire a vivere nella mia rispettabile dimora, vivrà in un luogo decoroso, non in un’osteria. Qui, signore mio, regna la più stretta moralità. Per cui certe visite, certe baldorie, certe libertà di linguaggio o di costumi qui non sono permesse. Cerchi di capire: ho tre figlie piccole, la più grande non supera i dodici anni. Io, loro e i miei ospiti formiamo una grande famiglia, mangiamo alla stessa tavola, io sono per tutti come una madre, tutti sono per me come figli e non vogliamo che arrivi da fuori un Don Giovanni con le sue minacce da guappo prepotente, a fare quello che non farebbe a casa sua, se ne avesse una.
L’ometto non aveva aspetto da Don Giovanni, ma non si sa mai. Capì perfettamente dove volevo arrivare. E lo capì così bene che diventò rosso come un pomodoro. Sarò sincera, è uno che arrossisce ogni due per tre, come mi accorsi da subito, tanto spesso che ormai quelle iridescenze sono diventate il colore proprio della sua faccia.
- E infine.
Dissi, e feci una pausa.
- …infine, signore. Non che io diffidi di lei. Dio me ne liberi. Al contrario, al contrario. Lei sembra a posto, serio e rispettabile. Dicono che la faccia è lo specchio dell’anima, e lei ha una faccia da buono. Ma né la sua faccia né lei, disgraziatamente, mi salvano dall’essere vedova, dall’avere tre figlie a carico, e dal vivere nei tempi funesti nei quali viviamo, con l’Europa in guerra. Senza un uomo che mi proteggesse, sono dovuta scendere nell’arena, come si suol dire, a combattere per me e per le mie giovani figlie, e con tutte le difficoltà che incontra una donna sola. Ho già sofferto tanto, e i dolori mi hanno cambiato, ma sarò scusata perché come dice il proverbio chi si è scottato con l’acqua calda ha paura anche di quella fredda.
- Ma certo, ma certo – approvò con calore quell’ometto, all’apparenza molto impressionato dalle mie parole, delle quali sono sicura che non capì un’acca.
- Bene, signore – continuai in modo languido, senza smettere di dargli del signore in questa parte della conversazione.
– Per evitare fastidi, liti e seccature, che io per prima odio, e per maggiore tranquillità, i miei ospiti di solito prima di venire a vivere nella mia rispettabile dimora mi offrono una qualche garanzia, una dimostrazione di poter essere solventi, o altrimenti…
Non mi lasciò finire. Con gratitudine e venerazione, e con una prontezza che mi fece sospettare che se lo aspettava, mise la mano in un’enorme tasca del soprabito e tirò fuori un libretto di risparmio. Dopo averlo aperto a una delle ultime pagine me lo porse con un inchino. Era un libretto del Banco Francés. La pagina mostrava, in grandi numeri blu, quello che doveva essere il saldo. Con sorpresa e, non le posso mentire, con sollievo, lessi: $58.700 m/n. La somma era talmente rispettabile, che mi riconciliai con le velleità pittoriche del nuovo ospite.
Non indugiai. Gli restituii il libretto, mi feci da parte, gli mostrai l’interno della mia rispettabile dimora, gli dissi:
- La stanza è sua, signore, le spiace seguirmi?
E stetti a guardare come se la cavava con la valigia.
L’ometto si inclinò sopra il mostro, lo prese con tutte e due le mani, fece uno sforzo terribile che gli arrossò tutta la faccia fino a fargliela diventare paonazza, riuscì a sollevarlo, se lo sistemò davanti e tenendolo sia con le braccia che con tutto il corpo, con la schiena curva, cominciò a camminare dietro di me.
Entrammo. Mentre attraversavamo il primo corridoio, alcuni ospiti si affacciarono alla porta delle stanze e iniziarono a osservare con insolenza l’ometto, e persino a fare i loro commenti, a bassa voce credevano, ma quello li sentiva come li sentivo io. Il povero sudava come un maiale. A ogni passo che faceva le ginocchia colpivano la valigia, e la valigia si impennava come una barca in alto mare. Per colmo, gli scarponi cigolavano scandalosamente. Sembrava che stesse spiaccicando lumache.
Un tizio, uno scioperato che non lavorava da anni perché diceva che aspettava che lo chiamassero da non so da quale ministero, e che però non lo chiamavano perché diceva che il ministro ce l’aveva con lui, e che tra una cosa e l’altra mi doveva otto mesi di pensione, quando gli passò accanto lo guardò da capo a piedi e senza nemmeno togliersi la sigaretta di bocca lo chiamò:
- Signore! Signore!
E non appena l’ometto si fermò e si girò a guardarlo, quello sfrontato aggiunse:
- Scusi se non la aiuto a portare la valigia, ma, sa, ho l’ernia.
E quel povero cristo che addirittura gli risponde:
- Grazie, non c’è bisogno.
Si immagini le risate.
Finì la via crucis del corridoio e arrivammo alla sala da pranzo. Lì c’erano le mie tre figlie, che interruppero i loro giochi per osservare il nuovo ospite. Mi ricordo che lo guardavano in silenzio, tutte serie, e la più piccola puntò il dito ai piedi dell’ometto e sentenziò:
- Non le ha pagate le scarpe.
Io mi voltai e gli dissi, per scusarmi:
- Cose da bambini.
Ma lui un’altra volta fece la faccia da San Lorenzo martire e non commentò.
Uscimmo dalla sala da pranzo e continuammo per il secondo corridoio fino a arrivare alla stanza che gli avevo destinato, una stanza un po’ buia e magari umida, ma tanto tranquilla che mi sembrava l’ideale per un artista. Con due lettini di bronzo, un attaccapanni e un comodino, tutto lindo come uno specchio. E alle pareti, ritratti di Carlos Gardel e Rodolfo Valentino.
Aprii la porta e lo invitai a entrare. Entrò inchinandosi insieme alla valigia.
- Guardi un po’ se le piace – gli dissi.
- Va benissimo, va benissimo – mormorò.
Ma non guardava nemmeno. Aveva posato il baule per terra e si asciugava il sudore con un grosso fazzoletto orlato di nero. Sembrava stanco morto. Di sicuro non vedeva l’ora di togliersi quegli orribili scarponi.
- Bene, allora – gli dissi – non c’è nient’altro di cui parlare. La stanza è sua. Anche se ci sono due letti non le metterò un compagno, sempre che lei non lo voglia, e che mi paghi il dovuto. La lascio.
Ma non lo lasciai. Rimasi a guardarlo. Lui, a sua volta, negli ultimi rantoli dell’agonia, mi osservava di storto.
- Il regolamento già lo conosce: pranzo a mezzogiorno e mezza, cena alle nove – continuai.
- Sì, sì, grazie.
- E pagamento anticipato.
Si diede una manata sulla fronte, così forte che non so come non si divise in due, sussurrò un rosario di scuse, incavò il petto e con un gesto come se si volesse grattare le ascelle, pescò da un taschino interno del vestito il portafogli, un portafogli che scoppiava di foglietti di tutti i tipi, e mi diede gli ottanta pesos.
- Un’ultima formalità – dissi, e l’ometto chiuse gli occhi.
– Il suo nome, di grazia?
Ripescò il portafogli un’altra volta, estrasse un biglietto da visita e me lo passò. Lessi:
CAMILO CANEGATO
PITTORE – RESTAURATORE DI QUADRI
ESPERTO D’ARTE
SPECIALIZZATO IN RITRATTI A OLIO
I titoli mi piacquero molto, ma il nome poi era il colmo. Guardi che chiamarsi Canegato, un ometto così pacifico… Davanti a lui mi contenni, ma non appena lo salutai per lasciarlo solo, già tremavo dal ridere. Quando arrivai in sala da pranzo non riuscii a trattenermi. Anche le mie figlie si misero a ridere, senza nemmeno sapere di cosa. Dopo mi pentii: dalla sua stanza si sente tutto quello che succede in sala da pranzo.
English to Italian: luxury real estate General field: Marketing Detailed field: Real Estate
Source text - English YOUR HOME. YOUR EVERYDAY GETAWAY.
Imagine a luxurious environment where the comforts of home reside in harmony with relaxed, healthy living; where serenity and well-being are in synch with classic New York City, elegant settings, and spectacular river views. A place where an easy elevator ride can connect you to a hassle-free world of wellness by Miraval®, consistently rated the #1 spa by the most respected voices in luxury travel. 515 East 72nd Street/Miraval Living is the perfect composition of home and the ultimate getaway without the bother of going away. And you’ll be comforted by the confidence that your residence is designed to give you far more value than any other on the Upper East Side. That’s a complete life. That’s life at 515 East 72nd Street/Miraval Living.
IMMEDIATE OCCUPANCY
NEW YORK CITY’S LARGEST ON-PREMISES PRIVATE PARK
Designed by H.M. White Architects, the 20,000 square-foot park at 515 East 72nd Street/Miraval Living is an urban oasis encompassing a serene yoga retreat, platform gardens, vast expanse of lawns and enchanting groves of honey locusts, bamboo trees, and birches.
THE RESIDENCES
515 East 72nd Street/Miraval Living soars 41 stories with 365 gracious 1, 2 and 3 bedroom condominium residences—most with private outdoor balconies or terraces and sweeping East River and city views—offering ideal spaces to take refuge from day-to-day stress and entertain friends and family. Because of its height and proximity to the edge of the East River, the building enjoys spectacular sunrise views, lovely light through the day from sunrise to sunset and a dramatic evening skyline. Residences feature sustainable, natural walnut floors and cabinetry, and ipe wood on the outdoor balconies and terraces.
KITCHENS
Each kitchen is distinguished by sculpted Corian countertops, deep basin sinks, Basaltina lava stone backsplashes and commercial-grade appliances; including a Miele gas cook-top, Thermador oven, 30-inch Liebherr stainless steel refrigerator and a Miele Incognito dishwasher.
BATHROOMS
515 East 72nd Street/Miraval Living bathrooms feature walls of custom-designed crema d’orcia bamboo-textured tiles, floors of honed Piombo tile and either Zuma soaking tubs or spa-grade custom glass-enclosed showers with Watermark fixtures. The floating, wall-mounted vanities are crafted of walnut.
THE TOWER RESIDENCES: FLOORS 32-40
The Tower Residences feature upgraded kitchen and bathroom finishes, including:
KITCHENS:
Ebony macassar upper cabinets, Calcutta Gold marble counters and backsplashes and stainless steel lower cabinets and drawers. Appliances include Viking convection microwave ovens with hoods, Bosch cooktops, Bosch ovens, Sub Zero integrated refrigerators, Sub Zero two-zone wine storage units, Miele Incognito dishwashers, Franke sink and Dornbracht fittings.
BATHROOMS:
Emperador brown polished marble slab countertops, ebony macassar cabinetry, crema d’orco stone wall tiles and honed piombo floor and wall tiles. Dornbracht fittings and fixtures complement the Kohler Kathryn undercounter sink, Zuma soaking tub and Toto water closet.
515 EAST 72nd STREET/MIRAVAL LIVING RESIDENT SERVICES
Valet Parking
Valet Laundry
On-Site Parking
Concierge
Doorman
Porter
Garden Café
MIRAVAL LIVING
In this luxurious sanctuary you’ll have exclusive, residents-only access to an abundance of health, wellness, fitness and educational programs created by world-renowned Miraval®. There’s a reason why Travel Leisure, Condé Nast Traveler and SpaFinder Magazine consistently rate Miraval Spa and Resort the #1 Destination Spa in the World. Miraval makes wellness unintimidating (as it should be); it is a way of life.
MIRAVAL ADVISOR
The on-site Miraval Advisor is a knowledgeable professional available to provide you with personalized attention and support if you desire to develop a customized Miraval Living program.
FULL-SERVICE MIRAVAL SPA
The treatments, programs and services that have made Miraval the nation’s leading destination resort and spa are now available exclusively to 515 East 72nd Street/Miraval Living residents, with no outside memberships or appointments offered. The full-service spa provides dozens of unique body treatments which may be arranged in the spa’s treatment rooms, or, many in the privacy of your home. Spa services include, but are not limited to:
Full Range of Massages
Full Range of Body Treatments
Oriental & Specialty Bodywork
Assorted Facial Treatments
Men’s Services
The Miraval Living spa features treatment suites, a mediation room, tea and relaxation area, multi-use room and demonstration kitchen, roof terrace, fitness evaluation room and a consultation office.
MIRAVAL FITNESS
56’ INDOOR SWIMMING POOL: The 56’ heated pool overlooks 515 East 72nd Street/Miraval Living’s private park through floor-to-ceiling walls of glass. For ultimate relaxation residents can soak in one of the two Jacuzzis.
ADVANCED FITNESS CENTER: Featuring state-of-the-art strength-training and cardio equipment, indoor rock-climbing wall, half-court for squash/basketball/racquetball, a private yoga and pilates studio, and separate locker rooms for men and women with sauna, steam and individual stall showers stocked with Miraval luxury bath products.
CREATIVE ARTS STUDIO
The exploration of the imagination is encouraged in children by providing kid-friendly educational programs as well as arts and crafts lessons in our Creative Arts Studio and Activity Space.
MIRAVAL LIVING CLASSES, PROGRAMS, LECTURES & PRIVATE CONSULTATIONS Residents of 515 East 72nd Street/Miraval Living may attend as many classes, lectures and activities as they like. Some classes may require sign up with your Miraval Advisor. Almost any class, lecture and activity may also be booked privately. Should you need assistance in creating an experience with a more specific goal in mind, your Miraval Advisor can work with you to craft a program with a clear personal outcome in mind.
Classes, programs and lectures offered fall into the categories below. All are subject to change based on feedback from and popularity among residents.
• Aquatic (in the 56’ indoor pool)
• Challenge & Outdoor Adventure (in the Pool, Fitness Center or Private Outdoor Park)
• Children, Family & Community Building
• Nutrition and Cuisine
• Creative Expression
• Fitness & Movement
• Mindful Living & Learning
• Series Workshops
• Special Miraval Offerings
• Sports
• Private Sessions
• Consultations & Personal Training
Translation - Italian LA VOSTRA CASA. IL VOSTRO RIFUGIO ESCLUSIVO
Provate ad immaginare un ambiente lussuoso dove il confort di casa/casalingo sia in armonia con uno stile di vita sano e rilassato, dove la serenità e il benessere siano in sintonia con tutto ciò che vi offre una metropoli cosmopolita come New York, immaginate un contesto raffinato e una spettacolare vista sul fiume. Un luogo dove potete arrivare semplicemente schiacciando il pulsante dell’ascensore, un mondo privo di fastidi, un mondo di benessere firmato Miraval, il marchio numero uno per le Spa secondo le numerose recensioni sui viaggi di lusso delle più autorevoli riviste di settore. Il complesso residenziale 515 East 72nd Street/Miraval Living è la casa ideale, dove ci si può sentire in vacanza senza dover viaggiare. Si tratta di un investimento immobiliare garantito, con il miglior rapporto qualità prezzo di tutto l’Upper Est Side. Ecco, a questo punto avete immaginato una vita perfetta. È la vostra vita. Al 515 East 72nd Street/Miraval Living.
DISPONIBILITÀ IMMEDIATA
IL PIÙ GRANDE PARCO PRIVATO DI NEW YORK CITY, A CASA VOSTRA
Progettato dallo studio H.M. White Architects, il parco di 2000 mq del 515 East 72nd Street/Miraval Living è una vera e propria oasi urbana che comprende una zona ritirata a tranquilla per lo yoga, giardini pensili, vasti spazi erbosi, siepi di bambù, e incantevoli boschetti di spino di giuda e di betulle.
LE SOLUZIONI ABITATIVE STANDARD
515 East 72nd Street/Miraval Living è un edificio di 41 piani con incantevoli appartamenti mono, bi e trilocali, la maggior parte con affacci esterni privati, balconi o terrazze, con vista panoramica sul fiume e la città. È uno spazio privilegiato dove fuggire dallo stress quotidiano e dove ricevere amici e famigliari. Data la sua altezza e la prossimità alla riva dell’East River, l’esposizione dell’edificio offre tramonti spettacolari, una luminosità eccellente durante tutte le ore del giorno e un superbo scenario dello skyline notturno. Senza dimenticare la sostenibilità: parquet e armadi in noce naturale, pavimenti esterni in legno di Ipè.
CUCINE
Tutte le cucine sono contraddistinte da piani di lavoro decorati Corian, lavelli con vasche capienti, pannelli posteriori in pietra lavica, ed elettrodomestici delle migliori marche, tra i quali piano cottura a gas Miele, forno Thermador, frigorifero 30 pollici in acciaio inox Liebherr e lavastoviglie Miele Incognito.
BAGNI
Le pareti presentano mattonelle personalizzate in pietra Crema d’Orcia a effetto bambù, pavimenti in piastrelle levigate Piombo, vasca da bagno o doccia multifunzione con box in cristallo e finiture Watermark. Lavabi pensili in mobile incassato a muro con top in noce.
LE TOWER RESIDENCES: PIANI 32-40
Le Tower Residences sono caratterizzate da cucine di alta classe e bagni con finiture di pregio.
CUCINE
Pensili in ebano macassar, piani di lavoro e pannelli posteriori in marmo “Calcutta Gold”, basi e cassetti in acciaio inox. Gli elettrodomestici comprendono: forno combinato (standard e microonde) e cappa Viking, fornelli Bosch, forno Bosch, frigorifero integrato Sub Zero, cantinetta temperata per i vini a due zone di refrigerazione Sub Zero, lavastoviglie Miele Incognito, lavello Franke e accessori Dornbracht.
BAGNI
Piani in marmo scuro Emperador Brown, armadietti in ebano macassar, piastrelle da parete in pietra Crema d’Orcia, piastrelle levigate per pavimenti o pareti Piombo. Accessori e complementi Dornbracht. Lavabo Kohler a incasso, modello Kathryn, vasca da bagno Zuma, water Toto.
SERVIZI PER I RESIDENTI
• Parcheggio privato e ulteriore parcheggio annesso allo stabile
• Lavanderia privata
• Servizi di portineria e custodia
• Garden Café
MIRAVAL LIVING
In questo lussuoso rifugio avrete accesso esclusivo a ogni sorta di programmi per la salute, il benessere, il fitness e a laboratori artistici e culturali, tutti firmati dal rinomato marchio Miraval. Se Travel Leisure, Condé Nast Traveler e SpaFinder Magazine spesso citano Miraval Spa & Resort come le Spa più gettonate nei viaggi di lusso, c’è un buon motivo. Miraval vi mette a vostro agio: fa del benessere il vostro stile di vita.
IL VOSTRO CONSULENTE MIRAVAL
In loco sarà presente un consulente Miraval: un professionista competente sempre a vostra disposizione per aiutarvi a scegliere e portare avanti il programma Miraval più adatto a voi.
LA SPA MIRAVAL: BENESSERE A 360 GRADI
Programmi, trattamenti e servizi che hanno fatto degli Spa-resort Miraval la prima meta dei viaggi di lusso negli Stati Uniti, sono ora disponibili in esclusiva per i residenti del 515 East 72nd Street/Miraval Living, senza possibilità di accesso per gli esterni.
Il centro benessere completo offre un’incredibile varietà di trattamenti, sia nei locali attrezzati della Spa, sia nell’intimità delle vostre case. Tra gli altri:
• massaggi secondo le tecniche più efficaci, tradizionali e innovative
• trattamenti corpo e viso di ogni genere
• terapie speciali Oriental Bodywork
• trattamenti specifici uomo
La Spa Miraval comprende cabine estetiche, sala meditazione, area relax e tisaneria, salone multifunzionale e laboratorio con cucina, una terrazza tetto, una sala per esami medici sportivi e un ufficio consulenze.
MIRAVAL FITNESS
PISCINA RISCALDATA DI 18 METRI: la piscina riscaldata si affaccia sul parco del 515 East 72nd Street/Miraval Living, protetta da uno schermo di cristallo terra cielo. Per il completo relax i residenti possono immergersi anche nelle due Jacuzzi a disposizione.
CENTRO FITNESS ALL’AVANGUARDIA
Allenamenti con macchine cardio fitness di ultimo livello, parete di arrampicata indoor, campo ridotto per squash, basket e racquetball, sala speciale per yoga e pilates, spogliatoi separati maschili e femminili con sauna, bagno turco e cabine doccia, forniti di prodotti per il bagno Miraval di altissima qualità.
LABORATORI DI ARTE CREATIVA
Sono disponibili programmi studiati apposta per i vostri bambini, che mirano all’espressione creativa attraverso lo sviluppo della fantasia e dell’immaginazione, come i corsi di arte e attività manuali che si tengono nel nostro Laboratorio di Arte Creativa e nello Spazio Attività.
CORSI, PROGRAMMI, LEZIONI DI GRUPPO E INDIVIDUALI MIRAVAL LIVING
I residenti del 515 East 72nd Street/Miraval Living possono frequentare corsi, lezioni e attività ricreative, a loro piacimento. Alcuni corsi richiedono l’iscrizione presso il vostro consulente Miraval. La maggior parte dei corsi possono essere frequentati individualmente. Avete in mente un obiettivo particolare da raggiungere, un’esperienza che vi piacerebbe provare? Non esitate a parlarne con il vostro consulente Miraval, che lavorerà con voi per creare un programma personalizzato che non tradirà le vostre aspettative.
I corsi offerti sono i seguenti, ma possono cambiare secondo il gradimento da parte dei residenti.
• acquaticità (nella piscina riscaldata di 18 metri)
• giochi, sfide e attività Outdoor Adventure organizzate in piscina, nel centro fitness o nel parco
• attività ludico-formative per gruppi e famiglie
• cucina e educazione alimentare
• espressione creativa
• fitness e movimento
• mindful leaving (vita consapevole) e apprendimento
• workshop di vario genere
• offerte speciali Miraval
• sport
• lezioni private
• consulenze private e personal training
English to Italian: classic cheescake General field: Other Detailed field: Cooking / Culinary
Source text - English Classic cheesecake
You can argue over whether cheesecake originated in Ancient Greece or the Middle East, but it was really adopted as a ‘Jewish’ cake by the Jews of central and eastern Europe, who had access to a plentiful supply of cheese and cream, especially in early summer.
Shavuot is one of the three pilgrimage festivals, when, in ancient times, the devout would go on pilgrimage to the Holy Temple in Jerusalem. Although the festival is primarily linked to the giving of the Torah to the Jewish people, it also has agricultural origins in the onset of the wheat harvest. At Shavuot, the Book of Ruth, so evocative of pastoral life, is read in the synagogue, and dairy dishes are eaten at home. Cheesecake is, of course, no longer confined to Shavuot, but you have to agree that a religion which actually encourages you to eat cheesecake can’t be all bad.
This is one recipe amongst millions of contenders for the title.
150 g plain flour
1⁄2 teaspoon baking powder
pinch of salt
75 g/3 oz caster sugar
75 g/3 oz chilled butter, cut into small pieces
1 whole egg
1⁄2 tsp vanilla extract
FILLING
750 g/1 lb 10 oz curd cheese
150 g/51⁄2 oz caster sugar
3 tablespoon lemon juice
50 g/2 oz cornflour
4 tablespoon raisins
3 eggs, separated
250 ml soured cream
Sift the flour, baking powder and a pinch of salt, then add the sugar and butter and lightly rub in until it looks like breadcrumbs. Combine with the egg and vanilla. Mix into a smooth dough ball, cover and place in the fridge for an hour.
Preheat the oven to 180°C/350°F/Gas Mark 4.
Make the filling by mixing the curd cheese with the sugar, lemon juice, cornflour, raisins, egg yolks and soured cream. Whisk the egg whites until stiff ,and fold evenly into the cream cheese mixture.
Roll out the dough between 2 sheets of clingfilm or parchment paper to fit the base of a 23 cm/9 inch springform tin.
Spread the filling evenly over the pastry base and bake for 11⁄4 hours until pale gold and the edge of the cake feels firm to the touch. Turn off the oven, open the door (of the oven, not the back door) and leave the cheesecake to cool completely before removing.
Translation - Italian Cheescake classica
Si può discutere se le origini della cheescake risalgano all’Antica Grecia o al Medio Oriente, ma di sicuro furono gli Ebrei dell’Europa centro orientale, che avevano a disposizione un’abbondante scorta di formaggio e panna specialmente all’inizio dell’estate, ad adottarla e a farla diventare un dolce “ebraico”.
Shavuot è una delle tre feste bibliche dei pellegrini in cui nell’antichità i devoti erano soliti recarsi al Tempio Sacro di Gerusalemme in pellegrinaggio. Anche se la festa tradizionalmente celebra il dono della Torah al popolo ebraico, le sue origini sono agricole, legate all’inizio della mietitura del grano. Durante Shavuot nella sinagoga viene letto il Libro di Ruth, evocativo della vita pastorale, e nelle case si gustano piatti a base di latticini. La cheescake ormai non è limitata al periodo di Shavuot, ma siamo tutti d’accordo che una religione che incredibilmente esorti a mangiarla non può essere del tutto male.
Questa è una tra le migliaia di ricette di cheescake che si contendono il titolo ufficiale.
BASE
150 g di farina
½ cucchiaino di lievito in polvere
un pizzico di sale
75 g di zucchero extra-fine
75 g di burro freddo tagliato a pezzetti
1 uovo
½ cucchiaino di estratto di vaniglia
FARCITURA
750 g di formaggio fresco cremoso (curd cheese)
150 g di zucchero extra-fine
3 cucchiai di succo di limone
50 g di maizena
4 cucchiai di uvetta
3 uova (separato gli albumi dai tuorli)
250 ml di panna acida (soured cream)
Setacciate la farina con il lievito e un pizzico di sale, poi aggiungete lo zucchero e il burro e amalgamate con delicatezza fino a ottenere un composto simile al pangrattato. Unite l’uovo e l’estratto di vaniglia. Lavorate l’impasto con le mani fino a renderlo una palla liscia, copritela e mettetela in frigorifero per un’ora.
Preriscaldate il forno a 180° (forno a gas posizione 4).
Preparate la farcitura mescolando il formaggio con lo zucchero, il succo di limone, la maizena, l’uvetta, i tuorli delle uova e la panna acida. Montate a neve gli albumi e incorporateli con cura nel composto.
Stendete l’impasto tra due fogli di pellicola trasparente o di carta da forno per formare la base della torta, da porre in una teglia a cerniera di 23 cm di diametro.
Versate la farcitura in modo uniforme sulla base e cuocete in forno per un’ora e un quarto circa, finché non assuma un colore dorato e il ripieno sia compatto e non coli ai bordi.
Spegnete il forno, aprite (non la porta di casa: lo sportello del forno, ovviamente!) e lasciate raffreddare completamente la cheescake prima di spostarla.
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